1 de diciembre de 2016
Paisaje después de la batalla.
El próximo cuatro de diciembre asistiremos a uno más de esos referéndums lanzados a modo de órdago en busca de respaldo y que, sin embargo, en los últimos tiempos, están resultando sumamente contraproducentes. El que se producirá en Italia, contiene los ingredientes para generar una sorpresa más:
. Insatisfacción social en un país cuya economía está estancada y cuyo producto interior bruto per cápita es, en términos reales, un 9% inferior al existente en 2007, mientras que la deuda pública alcanza en torno al 130% del PIB.
. Situación económica que no ayuda precisamente a un sistema bancario en difícil situación, necesitado de capital adicional y con una estructura excesiva, que arrastra en torno a 360.000 millones de préstamos dudosos según datos de Banco de Italia.
. Se ha abusado de la práctica considerablemente peligrosa de inducir a los ahorradores de perfil conservador a tomar riesgo en los mercados -a fin de obtener rentabilidades mayores a las ofrecidas por los actuales depósitos-, lo que facilita y abarata los costes de financiación de empresas financieras y no financieras. La banca italiana ha colocado de forma significativa acciones y deuda propias a clientes minoristas –entre ellos, pensionistas- lo que está produciendo ya notables pérdidas derivadas de la caída de las acciones bancarias en la bolsa, situación que se podría agravar como consecuencia de la aplicación del bail-in, contemplado en la normativa de Resolución Bancaria.
. Una situación política y social compleja, en la que el populismo tiene echadas las redes y sitúa al euro en su punto de mira.
En este escenario, la Eurozona contiene la respiración.
Una vez más.
Pero, si esto es así en lo que se refiere a Italia, ¿qué nivel de excitación se alcanzará cuando nos aproximemos a las elecciones en Francia o en Alemania?
Conviene reflexionar sobre qué factores esenciales subyacen a este continuo estado de incertidumbre que se alimenta de una crisis económico-financiera que no se acaba de superar y de una quiebra social que propicia escenarios políticos altamente complejos.
Indudablemente, la profundidad y duración de la crisis, la no resolución de la misma, y la ruptura social que ha generado, explican el actual escenario. Las élites del Sistema deben tener siempre presente que el buen funcionamiento del mismo requiere estar asentado en un contrato social y en la consecución de un cierto nivel de bienestar general, lo que se traducirá, a su vez, en un acuerdo político suficiente respecto a los temas fundamentales. Estas condiciones generan un caldo de cultivo en el que no existen las presiones que fuerzan a decidir en términos cortoplacistas.
Sin embargo, no es esta la situación existente en buena parte de los países que integran la Eurozona que, como resultado de ello, viene arrastrando una cierta debilidad política, así como una insuficiente dirección global acordada y asentada en la fijación de objetivos estratégicos -económicos y políticos- establecidos a medio y largo plazo.
El exclusivo motor de la política monetaria no basta, y parece claro que el proceso de integración en términos de política fiscal no se va a realizar sobre la base de los actuales desequilibrios y ausencia de reformas sectoriales necesarias, presentes en determinadas jurisdicciones.
Las dificultades que aquejan el proceso de integración bancaria de la Eurozona y la difícil situación de determinados sistemas bancarios nacionales constituyen una muestra de lo mencionado en párrafos anteriores.
Así, Italia reclama flexibilidad regulatoria para abordar los problemas del sector, mientras continúa sin abordar un proceso serio de integraciones y
ajustes en su sistema bancario, y fondos públicos como Atlante utilizan sus recursos en la adquisición de deuda mala sectorial.
Asimismo, los avances en la regulación bancaria de la Eurozona y la adaptación de dicha regulación a los estándares aprobados a nivel internacional muestran una preocupante ausencia de acuerdo.
En este sentido, el actual proceso de adaptación de la normativa bancaria orientado a asumir en el ámbito interno (acreedores y grandes depositantes, en orden de prelación) las consecuencias de una quiebra bancaria refleja diferencias notables entre las posiciones de países determinantes de la Eurozona.
La Capacidad de Absorción Total de Pérdidas (TLAC por sus singlas en inglés) impulsada por el G20, y cuya implementación es abordada por la Eurozona en el contexto de la normativa de Resolución Bancaria, representa una muestra de dichos desacuerdos.
La determinación de qué deuda computaría y sería elegible a efectos de TLAC, así como el volumen requerido y, en su caso, la necesidad de nuevas emisiones y, por lo tanto, costes adicionales y retrasos en la consecución de las ratios necesarias, están en la base de la disputa, sin mencionar la eventual extensión del rango de entidades sujetas a dicha normativa (a la que, inicialmente, sólo están sujetas 13 entidades de la Eurozona).
En este contexto, la Comisión Europea ha emitido recientemente una propuesta o paquete regulatorio dirigido a reducir el riesgo bancario (lo que, finalmente, debería permitir una mayor integración y el desarrollo de instrumentos pendientes -como el Fondo de Garantía Común-) a la vez que manifiesta su intención de no endurecer las reglas si no es necesario y está justificado, a fin de no acrecentar los costes e inducir desventajas competitivas del sistema bancario de la Eurozona frente a terceros.
Sin embargo, mientras Francia e Italia respaldan esta flexibilidad, Alemania considera que, de forma previa a ulteriores pasos en la integración bancaria, hay que establecer normas severas de reducción del riesgo bancario y cuestiona las condiciones que propiciarían un
aplazamiento en el período de consecución de las ratios necesarias, planteando una modificación substancial del documento de la Comisión.
Esto es, desacuerdos y retrasos en aspectos fundamentales de la integración, como es el ámbito bancario; integración fiscal lejana; y política fiscal escasa.
Mientras tanto, la política monetaria baila sola, extenuada, a pesar de lo cual mantiene el resuello suficiente como para emitir, desde su ámbito de decisión, un aviso más a los mercados: en caso de resultado negativo en el referéndum italiano, y ante una eventual presión especulativa, se comprará tanta deuda soberana italiana como sea necesario. (Los halcones habrán fruncido el ceño: ¿¡financiar la deuda!?. ¡Anatema!).
Complejo escenario éste en el que se avanza a trompicones en una niebla que sigue siendo espesa, sin que esto resulte acicate suficiente para agilizar el acuerdo, y en el que, los que se han quedado en el camino, emboscados, esperan al Sistema en el peor recoveco de su peor noche. El incremento de la desigualdad es un indicador adelantado de las convulsiones sociales, que resultarán de magnitud tanto mayor cuanto más se haya alejado el péndulo de su punto de equilibrio, y los procesos electorales representan una manifestación más de esto, muy determinantes en sí mismos, porque el miedo al resultado presiona sobre quienes adoptan las decisiones e induce al cortoplacismo y al oportunismo tanto en los países como en los bloques, configurando así el paisaje.
¿Realmente no se entienden los resultados de recientes consultas y elecciones?. La consideración de las leyes internas del comportamiento social y del funcionamiento de la economía resultaría de gran ayuda en su análisis.
Cabe reflexionar sobre ellas y reaccionar con firmeza, asir firmemente el timón, acordar y restablecer cimientos o, por el contrario, dejar ir la nave y observar como meros espectadores perplejos cómo aumenta la quiebra.
Mano sobre mano, esperemos a los procesos electorales en Francia y en Alemania. A ver qué escenario deviene finalmente.
Paisaje después de la batalla.