22 de junio de 2016
En las últimas semanas se ha acrecentado notablemente la volatilidad en los mercados conforme se aproxima la fecha del referéndum británico que podría dar lugar al Brexit.
La City representa más del 50% de las transacciones financieras de la UE y más del 25% de su industria financiera. En torno al 75% de los fondos de alto riesgo de la UE están gestionados desde Reino Unido que, asimismo, ocupa posiciones de liderazgo en los mercados de servicios de seguros, en los mercados de divisas y en el de derivados no regulados. Apoyado en estas posiciones, los servicios financieros representan más del 10% del PIB y de la recaudación fiscal del Reino Unido. ¿Brexit?
Sin embargo, ciertamente la UE manifiesta un temor creciente ante el referéndum. Temor que también aumenta en la Zona Euro y que nos hace reflexionar acerca de que, cuando ya vemos próximo el cumplimento de dos decenios desde la creación del euro, la principal plaza financiera de la Zona está situada en la capital de un país que no pertenece a la misma, país en el que, por otra parte, la posibilidad de que se crease la situación actual encerraba una probabilidad relativamente elevada.
Si se hubiese pergeñado cuidadosamente una estrategia coherente dirigida a potenciar, posiblemente Frankfurt, como plaza financiera de la Eurozona, las consecuencias para ésta, derivadas de un eventual Brexit, no alcanzarían la magnitud que ahora se le supone.
Se habla estos días de posible viernes negro, de fuerte volatilidad en las próximas semanas, de montaña rusa. Desde estos apéndices hemos ido analizando los diversos y notables factores de riesgo que subyacen en la economía y finanzas actuales, a nivel global. El Brexit es sólo uno de ellos.
Hemos venido poniendo de manifiesto la complejidad de la situación actual y hemos cuestionado la racionalidad de los máximos alcanzados en los mercados bursátiles y de bonos; hemos hecho referencia a la magnitud e interrelación de los flujos de capitales producidos al calor de las políticas monetarias laxas mantenidas por los principales bancos centrales, y hemos mencionado las incertidumbres generadas por los tipos de interés extremadamente bajos -e incluso negativos- y por el crecimiento desaforado del endeudamiento que ha inducido tanto en el sector público como corporativo. Hemos llamado la atención sobre la madurez de los mercados porque, efectivamente, encierra riesgos muy notables -de hecho, en el anterior análisis mencionábamos lo inadecuado de inducir a los ahorradores conservadores a asumir riesgos en activos caros-.
En definitiva, hemos tratado de profundizar en las múltiples cabezas de esta crisis con forma de hydra que nos envuelve desde el verano de 2007 y que no acabamos de vencer, fundamentalmente por un problema esencial, que también hemos abordado en uno de nuestros apéndices: la insuficiente determinación y consistencia que reflejan las actuales posiciones de liderazgo, así como la insuficiente coordinación de las políticas desarrolladas desde los principales centros de poder económico y financiero.
Esta debilidad representa el abono necesario para el mantenimiento y profundización de la crisis y de sus desequilibrios y, estos, a su vez, la simiente para el desarrollo de los populismos. La aparición y crecimiento de estos influye, por otra parte, en el estado actual de las cosas en los ámbitos económico, financiero y político globales. La creciente eventualidad del Brexit es una manifestación más de esta influencia, a la vez que, en próximas fechas, podemos asistir a nuevos casos, alguno cercano, otros distantes pero asimismo trascendentales en la medida en que conciernen al centro del poder económico y financiero.
Ciertamente, en las próximas fechas se pueden producir fuertes oscilaciones en los mercados, oscilaciones que pueden ser desencadenadas por múltiples factores potenciales. El Brexit sólo es uno de ellos. La subida de tipos en Estados Unidos es otro. Pero también podría serlo la consolidación y aumento del crecimiento en la Eurozona porque, aunque esto supondría una ganancia de credibilidad para el BCE, la mejora estaría sustentada en un aumento del consumo y de la inversión, induciría un aumento de la inflación y de los tipos de interés, una subida en la rentabilidad de la deuda y, en sentido contrario, un retroceso de sus precios. Es decir, afectaría al mercado de renta fija.
Las corporaciones verían incrementarse el coste de su financiación y, dados los niveles de endeudamiento alcanzados, tendrían dificultades para afrontar los pagos. Las mismas dificultades que afectarían a la deuda soberana, lo que podría derivar en la inevitabilidad de impagos en algunos casos.
Los períodos posteriores a las grandes crisis financieras, constituyen etapas de alto riesgo. A raíz de la crisis de la deuda latinoamericana del decenio de 1890, la rentabilidad del bono americano se situó en el -1% en los años posteriores. Un efecto incluso mayor se produjo entre 1939 y 1949, tras la Gran Depresión, con la rentabilidad de la deuda americana alcanzando niveles negativos superiores. Pero los precios se mueven en sentido contrario a la rentabilidad y, cuando se revierten los procesos, el pico alcanzado en los precios abre paso a una caída cuya dimensión y tiempo de materialización está en relación con la altura alcanzada y con el tiempo requerido para su consecución. Si consideramos la diferencia entre el techo registrado por los precios en dichos episodios y el suelo posterior -independientemente de que este se registrase decenios después-, las pérdidas superaron el 50%.
En la situación actual, el BCE, conocedor de los riesgos existentes, trata de aligerar el vínculo entre cartera de renta de la banca y deuda soberana, al menos deuda soberana del propio país. Afortunadamente, el BCE conoce la situación en profundidad pero, como también hemos comentado recientemente, la actual crisis ha tumbado buena parte de las interrelaciones causa-efecto y de los paradigmas que venían siendo aceptados en la política económica por lo que, en el proceso de salida de la crisis que arrastramos, no existe certeza absoluta sobre el funcionamiento de la economía real y su respuesta a las medidas que se adoptan. Los procesos a revertir son de envergadura extrema. Navegamos mares desconocidos que nos sugieren el regreso de Odiseo a Ítaca. Mientras tanto, Penélope teje y desteje los recovecos de la crisis.