7 de julio de 2016
Estado de la razón/ Razón de Estado. Una vez sobrepasados el 23-J y el 26-J, lo acontecido en ambas fechas ha sido objeto de una prolija colección de análisis y conclusiones que sugieren la necesidad de reflexionar, siquiera brevemente, acerca de «el estado de la razón» y «la Razón de Estado».
En última instancia, ambos factores forman parte de la función económica, a través del estado desde el que se toman decisiones por parte de los agentes económicos y a través de la estrecha confluencia entre Estado, política y economía.
La conmoción y perplejidad derivados del Brexit, así como la relevancia de las contradicciones que ha generado entre segmentos de población y áreas geográficas de Gran Bretaña, califican, por sí mismo, la decisión. La profundización en las grietas resultará aún peor, en términos económicos, políticos y sociales.
Suele ser el caso que, en las imágenes después de la batalla, vemos gente correr en ayuda del vencedor. Aquí no es posible. Los vencedores salieron a la carrera (!Dios Santo, la que hemos liado!). Casi se podría declarar la victoria, desierta, y pasar a otro tema.
Tampoco esto es posible. El «estado de la razón» que hemos podido constatar sigue y seguirá dando de sí. «Brexit is Brexit» declara quien mejor se posiciona para ocupar las posiciones abandonadas, respondiendo así altivamente al «out is out» de algunos miembros destacados de la UE y pretendiendo transmitir, al mismo tiempo, una imagen sólida y contundente que bien parece tratar de replicar determinado perfil férreo de la historia política reciente de este país. !Dotes de mando, y a cerrar filas!.
A veces los partidos se ensimisman y pierden la perspectiva porque, aunque su solidez, claridad de objetivos y orden interno son imprescindibles, hay algo aún más importante: responder a los intereses del país y, acerca de esto, en Gran Bretaña existe una profunda grieta que continúa ensanchándose.
En el anterior Apéndice, recogíamos algunos datos significativos relativos al peso de Gran Bretaña, en general, y La City en concreto, en el conjunto de la UE. En este Apéndice, no vamos a reincidir en el aspecto cuantitativo. Elementos como el bloqueo de los fondos de inversión inmobiliario o el proceso de traslados de sedes, ya puesto en marcha, hablan por sí solos. Únicamente reflexionamos acerca de las consecuencias de los actos.
Recientemente, un artículo publicado en Financial Times ponía de manifiesto la relevancia de la brecha abierta entre las distintas posiciones que continúan manteniéndose respecto al Brexit y aludía a los tres pasos necesarios para evitar el proceso de salida de la UE. El primero, ya producido, consistiría en no activar de inmediato el proceso de salida en base al artículo 50 del Tratado de la Unión Europea. El segundo, requeriría llevar el tema al Parlamento y que éste votase al respecto. El tercero, implicaría hacerlo depender del cumplimiento de una serie de condiciones -y, en este sentido, se traía a colación los cinco tests establecidos en su día por Gordon Brown para considerar la incorporación de Gran Bretaña al euro, tests que nunca se abordaron pero que supusieron una conveniente barrera por dilación-. Procrastinate.
En este escenario, sería deseable que los líderes fundamentales, sólidos, estrategas y clarividentes, allí donde estén, recondujesen la situación y evitasen la deriva británica hacia la melancolía y el espléndido aislamiento, ajustando el actual «estado de la razón».
Pero, pasemos a la «Razón de Estado». El día después del referéndum británico, el Ibex retrocedió un 12,35%, la mayor caída entre los mercados relevantes (el FTSE 100 inglés descendió un 3,5%) y la prima de riesgo española aumentó un 22,27% respecto al cierre del día anterior, hasta los 168 puntos básicos. No debería olvidársenos, nunca, que, lamentablemente, somos periferia. Lo somos porque tenemos una débil concepción de la Razón de Estado. Es un mal histórico, endémico.
Estar ubicado en la periferia es la manifestación de un cierto estado de mediocridad y genera dependencia y vulnerabilidad lo que, en ocasiones, deviene en indignidad. La superación de esta realidad representa una exigencia insoslayable.
En párrafos anteriores contraponíamos ensimismamiento particular e interés general, concepto éste que debe estar unido a la definición de un horizonte y una estrategia a medio y largo plazo.
Es necesario definir y acordar cuáles son las prioridades fundamentales que permitirían a España ubicarse en el espacio central de la Unión Europea e, inmediatamente, establecer tareas y tiempos de realización, y desplegarlas sobre la base de un esfuerzo continuado y disciplinado. Ubicarnos en ese espacio central nos sacaría de los primeros vagones de todas las montañas rusas y nos permitiría cimentar sobre un terreno sólido.
La larga crisis actual no sólo ha deteriorado el tejido económico y el nivel de producción, ha socavado el equilibrio social. Hay que restablecer ambos, en la medida en que esto representa una condición imprescindible para la estabilidad y el desarrollo del país.
En recientes presentaciones públicas, distintos miembros de la Comisión Ejecutiva del BCE, como el propio Mario Draghi o Ives Mersch han puesto de manifiesto problemas relevantes que lastran la salida de la crisis. Los límites de una política monetaria que, en solitario, se agota y cuyos efectos se ven limitados aún más por los bajos, e incluso negativos, tipos de interés real de equilibrio; el escaso apoyo que dicha política recibe desde el ámbito fiscal; el aplazamiento de las reformas estructurales necesarias, por parte de miembros relevantes de la Eurozona; la lentitud y las dudas en la adopción de mecanismos y medidas imprescindibles para el fortalecimiento de la Zona y la consolidación de su crecimiento. Todo ello, debilidades y lagunas evidentes a las que se unen los riesgos geopolíticos globales.
El Brexit nos golpeó, como, asimismo, nos golpea la crisis de la banca italiana o lo hará cada uno de los potenciales episodios de incertidumbre y volatilidad que, en los apéndices anteriores, hemos abordado y que están latentes (ajustes bursátiles y de deuda -soberana y corporativa-; bajada de tipos y reversión en los flujos de capitales; debilidad de la demanda global e incidencia en emergentes en un momento de fuertes desequilibrios en sus fundamentales,….).
En este escenario, España debe realizar el esfuerzo necesario para reubicarse y debe abordar de forma consistente la superación de sus desequilibrios. El desempleo y la deuda están en el frontispicio. No cabe dejar pasar el tiempo y la asunción de responsabilidades. Razón de Estado.