25 de febrero de 2016
En el último apéndice mencionábamos cómo el BCE no ha conseguido trasladar plenamente a la economía real su política monetaria laxa, y situábamos este hecho ante el escenario de una próxima reunión del BCE, a principios de marzo, en la que se podrían adoptar medidas adicionales que profundizasen en las decisiones hasta ahora adoptadas (aumentando la retribución negativa al efectivo depositado por los bancos de la Eurozona en el BCE, en la medida en que supere las reservas obligatorias; modificando la duración/composición/extensión de los activos implicados en los programas de compra; o incluso estableciendo un tipo de interés oficial negativo).
En este contexto, reflexionábamos sobre recientes episodios de volatilidad y traíamos a colación la caída del margen de intereses de los bancos, así como lo controvertido de determinadas medidas de política monetaria que propician rentabilidades exiguas para los ahorradores, forzándoles a la adopción de decisiones que implican niveles de riesgo contrarios a su perfil –aspecto que, por otra parte, casa mal con los fines establecidos en el desarrollo de instrumentos como el MiFID-.
Con relación a los objetivos perseguidos por el BCE a través de sus medidas de política monetaria, mencionemos que, a 31 de diciembre de 2015, el saldo mantenido por las entidades de crédito de la Eurozona en cuentas corrientes con el BCE ascendía a 555.864 millones de euros (a diciembre de 2014, dicho saldo era de 318.245). Al cierre de 2015, las entidades financieras de la Eurozona mantenían un exceso de reservas de 380.772 millones de euros.
Este es un dato relevante que forma parte de un cuadro global que no satisface al BCE y en cuyo frontispicio hay que situar una débil recuperación y una escasa inversión en el conjunto de la Eurozona.
En sus últimos speechs, tanto Mario Draghi como Benoit Coeuré (miembro de la Comisión Ejecutiva del BCE) plantean la necesidad de implementar programas significativos de inversión pública en infraestructuras -lo que afectaría positivamente a la productividad- y de adoptar medidas que reduzcan los costes de contratación para las empresas. De igual forma, se alude a la necesidad de mantener la consolidación fiscal pero, de forma amistosa con el crecimiento. De otro lado, en su reciente informe de perspectivas económicas, la OCDE reclama una actuación inversora contundente global y coordinada, a fin de superar el débil crecimiento económico actual (recesión en casos como Brasil o Rusia) y el aumento de la incertidumbre y la desconfianza.
Una respuesta apropiada a estos requerimientos permitiría disminuir la presión sobre la política monetaria y reduciría algunos de sus efectos colaterales negativos.
La incidencia sobre el margen de interés de las entidades financieras representa uno de estos efectos. Ciertamente, parece relativamente agotada la capacidad de reducción de los costes financieros (caída en la retribución de los depósitos), a la vez que se constata un efecto negativo en los ingresos financieros, debido tanto a los precios aplicados en el actual contexto de caída de tipos (los tipos de referencia para préstamos concedidos por las entidades, como son el euríbor a semana, mes, 3, 6 y 12 meses, están en negativo) como a las cantidades –como consecuencia de una demanda solvente aún poco significativa y de la continuidad del proceso de desapalancamiento del sector privado-.
En este contexto, el margen de intereses de las entidades de crédito tiende a cero. Así, si nos centramos en el negocio en España realizado por las entidades financieras españolas, los tipos de interés del Activo y del Pasivo se encuentran en mínimos históricos. En el informe de Estabilidad Financiera de noviembre de 2015, de Banco de España, se recogía un incremento interanual del margen de intereses del 4,2% en el primer semestre de 2015. Pero este dato integra una caída del 35,6% interanual en los costes financieros y un retroceso del 17,1% en los ingresos financieros.
Implícito en estos números, el Balance de las entidades reflejaba una modificación en su composición (trasvase de saldos de depósitos, poco remunerados, a cuentas corrientes -preferencia de los clientes por la liquidez, ante la baja remuneración recibida-), a la vez que la caída de los tipos marginales de las nuevas operaciones de activo era mayor que la caída producida en los tipos de las nuevas operaciones de pasivo. En situaciones de bajos diferenciales, la sostenibilidad del margen depende del nivel de actividad que, en estos momentos, no se produce suficientemente.
Por otra parte, el ROE se situaba en torno al 5%, lejos del nivel que alcanzaba a mediados de la década pasada y finales de los noventa pero, sobre todo, por debajo del coste de capital que, según estimación del BCE se situaría entre el 8% y el 10% para la mayoría de los bancos de la Eurozona.
Afortunadamente, tras el muy notable esfuerzo realizado por las entidades financieras españolas en lo que se refiere a disminución de gastos, creación de provisiones y limpieza de los balances, y ante una menor entrada de activos problemáticos, es posible pensar en una recuperación de provisiones que permita reforzar la cuenta de resultados. La caída del 17,2% en las pérdidas por deterioro de activos –explicada por el retroceso de la morosidad en España- se traduce en una importante reducción de la dotación a provisiones, que incide positivamente en los resultados de las entidades. Necesariamente, esto deberá complementarse con una continuada reducción de costes y un incremento de las comisiones.
Sin embargo, los sistemas bancarios de otros países, muestran cierto retraso en la adopción de medidas de reestructuración y ajuste, lo que las sitúa en el foco de análisis de los mercados. Ante esta situación, el BCE tiene que reflexionar mucho y a fondo antes de profundizar en la reducción de tipos.
En el último apéndice, aludíamos al Deutsche Bank, sin embargo, en el último episodio de volatilidad también ha jugado un papel importante la situación de la banca italiana, que sitúa su tasa de morosidad en el entorno del 20%. Italia ha venido tratando de subsanar la situación de su sistema bancario a través de actuaciones que Bruselas ha rechazado por considerarlas, o bien contrarias a las normas establecidas, o bien subsidios encubiertos.
Si atendemos a los datos publicados por The Banker –con datos de 2014- el “Texas Ratio” (indicador desarrollado por la prestigiosa Capital Market para medir el crédito problemático, que suma en el numerador los activos y crédito problemáticos – incluyendo los préstamos con impago de intereses por más de 90 días- y en el denominador el capital tangible más las provisiones de crédito) situaba a los diez mayores bancos italianos, en promedio, por encima de 100 -lo que se considera una señal de alarma- y, específicamente a Monte dei Paschi di Siena, le asignaba un valor de 164%.
El reciente incremento de incertidumbre tiene en su base el miedo de los inversores a una posible falta de solvencia de los bancos de la Eurozona. Evidentemente, la situación no es la misma en todos los países pero, a lo que más miedo tiene tanto los mercados como las autoridades monetarias, es al miedo en sí mismo y a la irracionalidad. Los principales bancos centrales deberían evitar desencadenarlo.
Por lo que se refiere a España, aunque ya hemos mencionado la importancia de la labor realizada en los últimos años, no deberíamos olvidar que somos periferia y que aún arrastramos notables desequilibrios –desempleo, deuda o déficit-. Estamos, pues, a medio camino.
En otras ocasiones hemos comentado que cuando viene un mal viento, te debe encontrar con los dos pies bien clavados en el suelo. ¿Los tenemos?
Si no es así ¿nos lo podemos permitir?
¿Es sensato ser motivo específico de incertidumbre en situaciones globales de miedo y desconfianza?
Éste es un tiempo para el rigor y la prudencia. Para coordinar esfuerzos y asumir responsabilidades.