15 de febrero de 2016
Probablemente, a nadie debería sorprender los últimos episodios de volatilidad registrados en los mercados.
Desde este apéndice, como desde otros muchos focos de opinión y análisis, se ha tratado de poner de manifiesto la relevancia de los riesgos latentes tanto en los mercados financieros como en la evolución inmediata de la economía real.
Así, hemos llamado la atención sobre los notables desequilibrios existentes en la economía real global y sobre los desajustes de los ciclos económicos que registran los distintos bloques económicos, así como sobre la insuficiencia y falta de determinación en la adopción de medidas que aborden, de forma coordinada y global, dichos desequilibrios y desajustes.
Hemos llamado la atención sobre la separación excesiva entre los ámbitos financiero y real. Básicamente, el prim surge para sustentar al segundo, a través de la financiación de proyectos viables. Sin embargo, ha adquirido vida propia. Esto, en sí mismo, no representaría una contradicción grave del Sistema, un riesgo insoslayable, en la medida en que dicho desarrollo se realizase sobre bases racionales y en una medida controlable. No obstante, sí es un problema cuando alcanza un desarrollo incontrolable para los ámbitos públicos de regulación y supervisión, y cuando, más allá de responder a un desarrollo instrumental orientado a satisfacer las necesidades de la economía real, crece en exceso, por y para sí mismo, con ámbitos crecientes ubicados en zona de “sombra” a pesar de sustentar un notable poder de desestabilización.
A raíz de la Gran Recesión, y a impulso de los graves acontecimientos que se produjeron -específicamente en los mercados financieros y en la banca-, los principales bancos centrales y centros de decisión política coordinaron las medidas imprescindibles para neutralizar la debacle que, en momentos puntuales, parecía inminente. Sin embargo, superados estos episodios, y ya sin una presión extrema, primaban los intereses de cada bloque o país.
Así, las principales áreas económicas han desarrollado desde 2008 políticas económicas –monetaria y fiscal- distintas e incluso contrapuestas. Como resultado de lo cual, los capitales se han desplazado entre dichas áreas, en aras de optimizar su rentabilidad y, en última instancia, desequilibrando las distintas zonas económicas, por exceso o por defecto de flujos de capitales hacia las mismas, o por la reversión brusca e intensa de procesos previos.
En anteriores apéndices se han traído a colación las consecuencias que para las economías emergentes se derivan de la reversión de procesos previos de entrada masiva de capitales, llamando la atención sobre las consecuencias de dicho proceso sobre el tipo de cambio, las reservas, o la capacidad de hacer frente a la devolución de la ingente deuda acumulada en los procesos expansivos -en buena medida referenciada a un dólar en ascenso-, en un momento en el que los ingresos de dichas economías descendían considerablemente como consecuencia de la caída de precios de las materias primas.
Pues bien, lejos de entrar de nuevo en los argumentos contenidos en dichos apéndices, vamos a mencionar el que consideramos es el elemento esencial que subyace al carácter excesivamente prolongado de la crisis global arrastrada durante los últimos ocho años: la ausencia del nivel requerido de coordinación y ejercicio del mando, por parte de los principales centros y Grupos de poder público -político, económico, financiero- llamados a ejercerlo.
La organización de la sociedad se sustenta en una estructura de atribución de funciones, en base a la cual, los individuos y las poblaciones, delegan la dirección, el mando, en un conjunto de “servidores” que, atendiendo a los intereses globales, y respondiendo por ello, deben decidir y resolver.
La constatación de la realización fehaciente y correcta de este ejercicio genera “confianza” en la población en su conjunto y, por lo tanto, en los agentes económicos. Mientras que la ausencia de dicho ejercicio de mando y resolución efectiva, o su insuficiencia y descoordinación, en definitiva la constatación, por parte de los agentes económicos, de una cierta incapacidad de los líderes globales -políticos, económicos y financieros- para resolver y encauzar genera, en sentido contrario, desconfianza y miedo y, en el extremo, pánico. Pánico que se manifiesta en los mercados en forma de volatilidad extrema.
La trascendencia del ejercicio suficiente y coordinado del mando, por parte de aquellos a quienes se les ha otorgado, estriba en el hecho de que los que han delegado son múltiples individuos, subjetivos, emocionales y con información insuficiente, como resultado de lo cual pueden actuar de forma gregaria e irracional.
Así pues, cuando los depositarios de la obligación de dirigir, esto es, de resolver y encauzar, lo hacen de forma descoordinada, insuficiente, timorata, o lo hacen atendiendo al interés específico de cada bloque, se quiebra el mecanismo esencial para asegurar la correcta evolución de las cosas.
A fin de verificar si estamos en esa situación, de constatar si el mando otorgado se ha ejercido en la medida requerida por las actuales circunstancias, vamos a plantear algunas cuestiones, a modo de test, con la intención de que las respuestas a las mismas ayuden a establecer el “nivel de realización de dicho ejercicio”.
.- ¿Se ha actuado, de forma decidida y coordinada, en el ámbito de la economía real, tanto en el lado de la oferta como de la demanda, a fin de restablecer un crecimiento global sostenido y equilibrado?
.- ¿Se está entendiendo y asumiendo, en términos efectivos, la interrelación entre economía real y economía financiera?
.- ¿Es equilibrada la actual relación entre economía real y financiera?
.- ¿Se entiende y asume la interrelación entre mantenimiento de los consensos sociales básicos/estabilidad/confianza, y entre estos y la economía real -necesitada de estabilidad social y política-?
.- ¿Se ha actuado decididamente a fin de garantizar la implementación de las reformas necesarias y paralelas a los esfuerzos desarrollados por las políticas monetarias?
.- ¿Existe equilibrio entre ahorro e inversión?
.- ¿Descansa la actual relación entre estas variables en mecanismos racionales y “justos”?
.- Profundizando en esto último, ¿Es conveniente presionar, tácitamente, a los ahorradores a romper su perfil de riesgo, a fin de mantener sus niveles de ingreso?
.- ¿Se ha actuado suficiente y coordinadamente en el redireccionamiento de los niveles globales de endeudamiento?
.- ¿Responden los precios de los activos en los principales mercados a sus fundamentales?
.- ¿Se han reconducido suficientemente, y mantenido en esos términos, las políticas de incentivos?
.- ¿Está correctamente establecido el mecanismo de medición y discriminación de los niveles de riesgo?
.- ¿Se ha profundizado suficientemente en la adopción de las medidas necesarias para dotar de seguridad al sistema financiero global –no sólo a la banca sino al conjunto de instituciones con funciones similares-, en términos de transparencia, control y supervisión?
.- ¿Se ha redireccionado definitivamente el problema que subyace a la expresión acuñada “too big to fail”?
.- ¿Se coordina la adopción de las medidas que inciden en los tipos de cambio, a fin de ahuyentar guerras subrepticias?
Ciertamente, éstas no son más que algunas preguntas útiles para realizar el ejercicio propuesto, cuyas respuestas pueden ayudar a entender el actual estado de cosas en los ámbitos económicos y financieros -incluso políticos- a escala global. Sin embargo, entendemos que son válidas para sustentar la necesidad de exigir a aquellos en quienes se ha depositado la dirección, coordinación de esfuerzos, decisión y determinación en el ejercicio de su liderazgo.