1 de febrero 2016
Los mercados financieros y bursátiles internacionales mantienen altos niveles de incertidumbre. De hecho, las bolsas internacionales han registrado uno de los peores inicios de año, al mismo tiempo que se revisan a la baja las previsiones de crecimiento, aumenta el coste de emisión de deuda corporativa y crece el pesimismo entre los analistas respecto a la probabilidad de una entrada en recesión en Estados Unidos, lo que, indudablemente, incidiría de forma muy negativa en una situación caracterizada en los últimos meses por las dudas acerca de la profundidad de la desaceleración que refleja la economía china.
Así, estrategas de Morgan Stanley consideran que el índice S&P 500 está descontando una probabilidad 50:50 en este sentido, mientras que un modelo de previsión macroeconómica de la Reserva Regional de Atlanta estima un crecimiento del 0,6% para el cuarto trimestre de 2015, claramente lastrado por la evolución de los inventarios.
Esta evolución se registra en un escenario en el que los objetivos establecidos por las QE implementadas por los principales bancos centrales no se han cumplido en términos globales. En Estados Unidos se alcanzó el «efecto riqueza» buscado, tanto en las empresas como en las economías domésticas (estas últimas, significativamente implicadas en la inversión bursátil) y se han mantenido tasas de crecimiento aceptables pero se observan indicios de cierto agotamiento del ciclo de crecimiento, lo que amenaza con «cortar la hierba» bajo los pies del nivel de precio alcanzado por los mercados bursátiles. De esta forma, en un escenario de inicio de subidas de tipos, estos podrían sufrir un significativo «mal de altura».
Por otra parte, en áreas económicas tan relevantes como la Eurozona, la laxitud monetaria ha sido insuficiente para animar significativamente el crecimiento económico y aumentar el nivel de inflación.
Los resultados obtenidos no ofrecen el mejor escenario para adentrarse en un proceso de divergencia de las políticas monetarias desarrolladas por los principales bancos centrales, en la medida en que no está suficientemente aquilatado el nivel de volatilidad que dicho proceso podría llegar a generar en los mercados financieros, dados los importantes desequilibrios a los que hemos aludido en anteriores análisis aquí recogidos, y las dudas e incertidumbres que rodean a la evolución económica global.
Ciertamente, la notable envergadura y complejidad de los desequilibrios que llevaron a la crisis iniciada en el verano de 2007 exigieron una respuesta muy contundente por parte de los principales gobiernos mundiales. A este respecto, la magnitud de esta respuesta ha sido criticada muy a menudo, aunque, quizá, perdiendo de vista la envergadura del problema que, previamente, se había generado. En este sentido, es oportuno recordar que se sufrió la Gran Recesión pero, se evitó una nueva Gran Depresión, lo que, fundamentalmente, se debe a la coordinación de las políticas monetarias de los principales bancos centrales mundiales.
Sin embargo, como mencionábamos en párrafos anteriores, en estos momentos observamos una situación en la que, no habiéndose alcanzado de forma global los objetivos fijados, se procede a «deshacer» el camino, en un entorno en el que subyacen graves desequilibrios y en el que se refleja una separación palmaria entre precios de activos y «fundamentales» -separación que constituye, en sí misma, un muy notable factor de riesgo-.
En términos económicos, se observa una situación global de estancamiento o desaceleración y, en algunos casos relevantes, como Brasil o Rusia, recesión. Múltiples indicadores reflejan esta situación.
Así, el comercio mundial se desacelera e indicadores como el Baltic Dry Index o Baltic Exchange Dry Index (índice de los fletes marítimos de carga) se situaba en fechas recientes en el entorno de 400, en caída desde el 1.000 registrado el pasado verano y lejos de los 4.000 que llegó a alcanzar.
La situación de la economía china representa un factor de preocupación especial. Sus reservas cayeron el pasado diciembre en 108.000 millones de dólares, en un sólo mes, a la vez que se aprecia cierto descontrol sobre el tipo de cambio de su moneda, en sus territorios costeros, así como un escaso desarrollo de las reformas estructurales necesarias para implementar el nuevo modelo productivo anunciado. Debilidades preocupantes que, sin duda, serán explotadas desde posiciones especulativas.
A China, en la misma forma generalizada en que se le han estado dando por buenos los datos oficiales en el pasado, se le cuestionan en el presente. Ahora se cae en la cuenta de la existencia de contradicciones fundamentales implícitas en su desarrollo y organización económico-financiera y política.
Solía aludir Mao a la existencia de dos tipos de contradicciones, en el seno del pueblo y con los enemigos del pueblo y establecía que, éstas últimas, eran las fundamentales. A este respecto, cabe preguntarse en qué tipología ubicaría la evidente contradicción derivada de la existencia de un sistema capitalista bajo un régimen comunista, así como en qué momento y qué eslabón de la cadena que une ambas realidades contradictorias se acabaría rompiendo si, una de las dos, no elimina antes a la otra.
El análisis económico y financiero, a veces, pasa por alto este tipo de cosas, mientras la nave va, pero, las pone todas sobre la mesa cuando las cosas se tuercen.
En el escenario actual, desde el Banco Central Europeo se reclama la necesidad de poner en marcha, de forma decidida, reformas estructurales que complementen su política monetaria.
La adopción de estas medidas, necesarias tanto para la Eurozona como para el resto de ámbitos económicos determinantes a escala global, representa un elemento esencial para superar la situación actual, como, asimismo lo es que, en el ámbito de los mercados, las «manos fuertes» se decidan por tomar posiciones «tranquilas», a largo. Indudablemente, ambos elementos ayudarían a superar desequilibrios y a eliminar incertidumbres en la actual fase de inicio de subidas de tipos por parte de la Reserva Federal, en la medida en que incidirían en la mejora de la confianza de los agentes económicos, lo que se trasladaría positivamente a la economía real, al crecimiento y al comercio mundial.
En ausencia del desarrollo de los dos aspectos mencionados y de su consiguiente efecto positivo en la economía real, la Reserva Federal debe hilar muy fino y saber esperar. Indudablemente, la envergadura y extensión temporal de la actual crisis está determinada por la magnitud y extensión del boom anterior. De igual forma, los pasos a dar, y el temple que debe mostrar la Fed, están determinados por la magnitud de su actuación previa sobre los tipos de interés y sobre los precios de los activos.
En este contexto, y en medio del debate continuado que al respecto se suscita, es conveniente recordar, por otra parte, que en la aplicación de la política monetaria implementada durante los últimos años el volumen de los balances de los bancos centrales, incluido el de la Reserva Federal, se ha multiplicado, lo que es criticado de forma recurrente. Ciertamente, será oportuno reconducir su tamaño pero, no olvidemos la respuesta que, recientemente, daba Draghi a una pregunta realizada en este sentido: el tamaño del balance no es un objetivo y no constituye un problema porque dicho tamaño es una herramienta más para controlar la inflación que, ésta sí, representa nuestro objetivo (a la vez que mencionaba el crecimiento económico).